Thursday, June 03, 2010

LA PATRIA / JULIO CORTÁZAR

Esta tierra sobre los ojos,
este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,
esta noche continua, esta distancia.

Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,
pobre sombra de país, lleno de vientos,
de monumentos y espamentos,
de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,
escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,
repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando
de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.

Pobres negros.

Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,
dónde el que come los asados y te tira los huesos.

Malandras, cajetillas, señores y cafishos,
diputados, tilingas de apellido compuesto,
gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,
centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,
coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,
bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,
secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,
contraflor al resto. Y qué carajo,
si la casita era su sueño, si lo mataron en
pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,
te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña
envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,
mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate
con su verde consuelo, lotería del pobre,
y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos
para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.
Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,
pobres blancos que viven un carnaval de negros,
qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,
en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,
en los ranchos que paran la mugre de la pampa,
en las casas blanqueadas del silencio del norte,
en las chapas de zinc donde el frío se frota,
en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.

Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,
vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,
tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,
tango, coraje, puños, viveza y elegancia.

Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado
en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.

Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo
saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,
no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.

La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,
ser argentino es estar triste,
ser argentino es estar lejos.

Y no decir: mañana,
porque ya basta con ser flojo ahora.

Tapándome la cara
(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)
me acuerdo de una estrella en pleno campo,
me acuerdo de un amanecer de puna,
de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,
de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos
quemando un horizonte de bañados.
Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles
cubiertas de carteles peronistas, te quiero
sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,
nada más que de lejos y amargado y de noche.

INFORMACIÓN Y PODER

Santiago Roncagliolo, el peruano que ganó el Premio Alfaguara 2006 por su novela “Abril rojo”, ha vivido una pesadilla similar a la de otros autores del pasado: su última novela, “Memorias de una dama”, fue editada en 2009 y luego sacada de circulación. A diferencia de lo que suele pasar con los escritores estrella de una editorial, Alfaguara no lo envió de gira para promover el libro, detuvo de golpe el presupuesto destinado a promoverla y, finalmente, retiró la novela del mercado. Casos como el suyo abundan en la historia de las letras. Hace cien años, James Joyce pasó por algo así no una, sino dos veces: primero con su libro de cuentos “Dublineses” y, luego, con el descomunal “Ulises” que décadas más tarde pasó a formar parte de los clásicos, junto a Shakespeare y Cervantes.

Acerca de “Ulises” es sabido que al principio fue prohibido en Estados Unidos y el Reino Unido. Lo que sucedió con “Dublineses” es menos conocido: en 1810, la editorial Maunsel & Co. aceptó publicarlo pero, cuando dos años después imprimió el libro, el impresor John Falconer decidió quemarlo inmediatamente, ante lo cual Joyce, furioso, escribió un largo poema satírico que hizo circular por toda Dublín. “Damas y caballeros,” empezaba el poema, “ustedes están aquí reunidos/ para escuchar el por qué de la tierra y el cielo sus rugidos/ causados por las artes negras y siniestras/ de un escritor irlandés que no se amaestra.”

A diferencia de Joyce, Roncagliolo no puede protestar públicamente. Una fuente fidedigna, que pidió permanecer anónima, me contó que el escritor fue amenazado de muerte si publicaba la novela. La editorial, por su parte, afirma que el libro no recibió difusión porque resultó un fracaso comercial. Cosa extraña, pues la obra se ha convertido en best-seller y circula en versiones piratas o bajadas de Internet como pan recién salido del horno. Especialmente en República Dominicana, de donde son oriundos los señores que, se dice, amenazaron al autor.

Editado en España, el libro de Roncagliolo cuenta gran parte de la vida de una millonaria cuya familia estaba vinculada a mafias que durante varias décadas del siglo XX dominaron el Caribe. Las coincidencias entre ficción y realidad llevaron a muchos dominicanos a creer que la protagonista de la novela es en realidad Nelia Barletta, una aristócrata de una de las familias más ricas del país. Para darle más peso a esta suposición, cabe agregar que hace varios años, cuando Roncagliolo era todavía desconocido, Nelia Barletta lo contrató para escribir su autobiografía, la cual quería ver publicada para “vengarse de sus hijos” que, según ella, le habían robado su fortuna. Quiso el destino que la dama muriera antes de publicar el libro… y que a Roncagliolo se le ocurriera novelarlo. Cuando finalmente se publicó, los hijos montaron en rabia y empezaron a lanzar –como si de otra novela se tratara- amenazas mafiosas a diestra y siniestra, de resultas que el peruano ahora está tan callado que ni siquiera concede entrevistas y sólo a veces se decide a hablar tangencialmente del asunto.

"En las democracias también hay censura”, me dijo Roncagliolo. “Sólo que no vienen del poder político, sino del económico. Si un millonario denuncia a un periodista por describir sus negocios sucios, no hace falta que tenga razón. Ganará con sólo llegar a un juicio, porque el proceso será largo, muy largo, y los abogados cobran por hora. El periodista sólo podrá enfrentar el proceso si cuenta con el respaldo, por ejemplo, de la dirección del periódico, es decir, si hay otro millonario interesado en perjudicar al primero. De ese modo, lo que llamamos pluralismo, con frecuencia, es sólo la fachada de los conflictos de intereses entre los ricos."

Por supuesto, en nuestras democracias ocurren casos de censura encubierta mucho más graves que el de Roncagliolo, ya no relacionados con el mundo literario, sino con el político y su relación con la prensa. El reciente cierre de la revista Cambio, en Colombia, es un ejemplo. Fundada en 1994 y caracterizada por hacer periodismo de investigación de alto nivel, Cambio pasó hace tres años a ser propiedad de la Casa Editorial El Tiempo, dueña del diario más importante de Colombia, y cuya mayoría accionaria está en manos del español Grupo Planeta. Cambio fue un medio crítico con el gobierno de Álvaro Uribe y descubrió escándalos como el del otorgamiento de subsidios agrícolas millonarios a grandes empresarios. Fue en Cambio donde se habló por primera vez sobre el cargamento de camisetas que narcotraficantes del Cartel de Cali donaron a la campaña presidencial de Ernesto Samper. Esa pista finalmente llevó a descubrir la contribución multimillonaria de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, jefes del Cartel de Cali, al triunfo de Samper. Entre otras denuncias, en los últimos meses de 2009, Cambio hizo públicos muchos detalles del acuerdo sobre la presencia estadounidense en siete bases militares colombianas.

Sorpresivamente, el mes pasado, Luis Fernando Santos, presidente de la Casa Editorial El Tiempo, anunció que la revista dejaría de ser semanal y pasaría a ocuparse de temas más livianos. Ante la indignación generalizada de periodistas colombianos de los más diversos medios, Santos alegó que los motivos del cierre eran puramente comerciales pues la revista arrojaba pérdidas… una razón casi idéntica a la dada por Alfaguara en el caso de la novela de Roncagliolo pero, quizá, mucho más indignante, sobre todo si se tiene en cuenta que la medida se adoptó no sólo en vísperas de un proceso electoral sino, también, a poco tiempo de la adjudicación de un canal de televisión en un concurso en el que compite la Casa Editorial El Tiempo. Adicionalmente, conviene recordar que Juan Manuel Santos, delfín de Uribe y candidato a presidente, posee junto con el Grupo Planeta y su hermano Francisco Santos, actual Vicepresidente de la republica, un importante paquete accionario de la Editorial El Tiempo.

En las democracias latinoamericanas, las limitaciones a la libertad de opinión tienen hoy formas más sutiles que en el pasado. Rodrigo Pardo, el Director de Cambio que fue despedido días después de que se anunciara el cierre de la revista, afirma que si bien en este caso no se trata de un tipo de censura como el de las dictaduras militares, sí puede hablarse de otra clase de limitaciones preocupantes al ejercicio del periodismo. “Tienen que ver con manejos menos abiertos por parte de los gobiernos,” sostiene Pardo. “Ahora las limitaciones al periodismo se ejercen mediante la manipulación de la pauta oficial, contactos con periodistas, descalificaciones a los medios críticos y también tratando de desplazar a los medios independientes con medios oficiales.”

El periodismo que investiga, que hace preguntas y no se somete, siempre ha sido una amenaza para el poder político. Tal vez lo novedoso es que también empieza a ser una amenaza para el económico. En Colombia quedan muy pocos grupos dedicados sólo a los medios de comunicación. Muchos periodistas ven con alarma el creciente poder empresario en los medios y temen que la información empiece a brindarse bajo sus reglas de juego. “Los grandes grupos siempre tienen intereses en áreas distintas al periodismo,” afirma Pardo. “Por eso, siempre andan necesitando un favor, o una intervención del gobierno en temas de impuestos, licencias o vaya uno a saber qué más.” En otras palabras: en vez de censura, autocensura.

Periodistas que callan lo que saben y medios que cierran, o que cambian el contenido de su programación, son asunto de todos los días en Venezuela, donde censura y autocensura se han convertido en comportamientos cotidianos. Al retiro de la concesión por parte del gobierno del canal de televisión abierta RCTV ocurrido en 2007, y quizá ante la masiva protesta popular y estudiantil que eso generó, Hugo Chávez decidió embestir con medidas más disimuladas con las que, sin embargo, logró el propósito deseado: a fines de enero de este año, mediante un procedimiento indirecto y expedito, el gobierno presionó a las compañías de cable para que fueran ellas las que, “por propia decisión”, sacaran del aire a la nueva señal de cable de RCTV. El cierre de la emisora se gestionó esta vez en cuestión de horas, tras una rueda de prensa en la que el ministro Diosdado Cabello exhortó a las compañías de televisión por cable a sacar de su programación a las estaciones que “no cumplan con la ley venezolana”, so pena de recibir severas sanciones por parte del ente regulador. Esa misma noche, sin que el ministro señalara siquiera por nombre a la emisora, la totalidad de las operadoras sacó a RCTV de su programación.

Las diferencias entre lo ocurrido con Cambio, en Colombia, y el caso de los medios venezolanos que han cerrado o dejado de transmitir sus noticieros habituales es tan sutil, como importante. Tiene que ver, básicamente, con una cuestión de estilo. El gobierno de Venezuela es mucho más frontal; el de Uribe, experto en usar la mano izquierda. O como me dijo Rodrigo Pardo: “En Venezuela la censura viene del gobierno, mientras que en Colombia viene de amigos del gobierno.” Podría decirse que si bien Uribe y Chávez gobiernan desde veredas ideológicas opuestas, ambos comparten una misma visión autoritaria y personalista del poder.

Quizá sea inevitable que el poder suela intentar controlar de algún modo la información. Lo importante, entonces, sería que el público se mantenga atento no sólo a lo que se dice sino quizá, sobre todo, a aquello que se intenta callar, pues con frecuencia ahí residen las verdades más incómodas. Reconocer que esto ocurre bajo gobiernos y en relación a medios de la más variada índole puede agregar, también, un dato que ayude a suavizar algunas de nuestras posiciones más intransigentes.

Aunque a Roncagliolo no se lo pueda citar diciéndolo, al escucharlo se nota que le encantaría poder escribir sobre lo que vivió con su novela. Lamentablemente, no puede. Pero nosotros sí podemos. Quizá hacerlo sea una manera de derrotar a quienes preferirían el silencio. Lo mismo ocurre con nuestras democracias.

"A diferencia de las dictaduras, las democracias tienen recursos para que la información fluya,” dice Roncagliolo. “Primero está el clásico boca a boca. Luego, la incontrolable Internet, un gran dolor de cabeza, por ejemplo, para el gobierno chino. Y por último, claro, la prensa independiente. En todos esos espacios, la información circula aunque el poder no quiera, aunque los involucrados lo nieguen, aunque el periodista esté amenazado. Ahí radica el poder de las pequeñas personas, y si ellas presionan suficiente, incluso pueden derrotar a los grandes poderes". Es una suerte que así sea.